A partir de este año gracias a #AgustínLucas y el equipo de #RevistaTúnel comencé a ilustrar en esta bella revista de publicación bimensual de distribución gratuita sobre la identidad del fútbol uruguayo.
Abajo les dejo en las revistas en las cuales participe junto con las columnas de el aguerrido y gentil #AgustínLucas
Revista Túnel #5
Verdad o consecuencia.
Soy poco resultadista. Es más, a veces me preocupan las victorias: salen de debajo de las piedras seres con lenguas largas chorreando babas. Los mismos seres que después desaparecen en los confines de los programas de televisión. La escenografía siempre barata, la parla prendida y la labia al servicio de acalambrar mentes indispuestas, mentes vagas, mentes cansadas a la merced de la pantalla y de esos seres que salen de debajo de las piedras, con lenguas largas, chorreando babas.
Desde el lugar 169 –en lo que vendría a ser Olímpica con Ámsterdam– del Estadio La Portada de La Serena divulgué mis pensamientos en una libreta desvalida y en el frío andino que atravesaba la campera. Yo no tengo dudas de que Rolan es un crack, pero realmente Suárez es inmenso incluso no estando. Desde la mano contra Ghana vienen sucediéndose cosas relevantes, hechos históricos por la hazaña o por lo mediático: la mano, el penal errado. El cuarto puesto. La copa en lo del vecino. Las eliminatorias en las que volvimos a tener miedo. El Mundial otra vez, la rodilla de Luis, el cáncer de Walter. El llanto de los ingleses (un guiño con los argentinos), y la famosa mordida. La eliminación sumisa ante Colombia y volver a América, sin Lugano, sin Forlán y sin Suárez, suspendido por delincuentes. Si me olvido de algo, hay tres millones de técnicos para corregirme.
En el grupo de los países porreros, la nuestra fue una selección auténtica: una mezcla de dolores y glorias, ausencias, nuevas presencias y una mochila que largas lenguas chorreando babas se encargan de cargar, mientras los pibes se la juegan (cualquier similitud con la vida real es pura coincidencia).
Soy poco resultadista y subjetivo. Claro está que Giménez es un nuevo gran valor y que el Cacha es constante como un hachero con el filo certero que todo lo corta. Pero en mi medio vaso lleno, Palito Pereira fue sin dudas el mejor de los nuestros. Jugamos de gurises con las mismas mil rayas negras y blancas, una mañana de escarcha dominguera, en una cancha perdida de la periferia montevideana. Y lo vi jugando igual, desde la butaca inolvidable de La Portada. El mejor del mundo se estacionaba en sus espaldas, trillaba la cancha como un labriego. El lateral celeste lo custodiaba aferrándose a un 4-4-2 mezquino y fértil. Me salía de la vaina por escuchar esas conversaciones exaltadas entre mi amigo y el segundo mejor de la historia. Defendiendo al Cacha como en un lío de cantina, pecho al pecho del rival, el olor al aliento del otro. El vaho del invierno. El perfume de los minutos subiendo por las casacas tecnológicas. La primera fue un cruce, creo que hasta perdón se pidieron. La segunda la ganó el crack con un dribbling largo no tan vistoso. En la siguiente fue al piso el dueño de la frase eterna: “No salgo nada”. La cuarta un sablazo. La quinta un pequeño tumulto. La sexta un tumulto más turbio. Fútbol intenso de cine. Por momentos el estadio era una jauría nerviosa. Por momentos un teatro en silencio, donde juro haber escuchado “te llevan”.
El cambio trae una crisis. El debut lleva sus nervios. Y un equipo sin estrellas es por consiguiente un equipo luchador, o no es nada. Y si no hay al menos una sorpresa, el neón se apaga, pestañeando. Cavani estuvo en toda la cartelería copera, pero no pudo con su sombra. Como Zamorano sin Salas, Román sin Palermo, Recoba sin Alonso, y Pacheco sin Peñarol. El ruido de lo que vendría empezaba a quebrar sus acordes y el gol salvador no aparecería. El episodio posterior con Jara, en el ocaso de la participación uruguaya, fue un compendio entre la estupidez mediática, el machismo reinante, el resultado a cualquier precio y la chanchada. Ha habido avivadas, existieron y existirán dedazos, codos y trompadas en el área, pero el tema no es el dedo sino que el otro al fin y al cabo es un colega, uno más en el mundo, y estaba –está– pasándola realmente jodido ¿Hasta dónde vamos por el fútbol? Soy un fundamentalista del cabezazo de Zidane.
_Agustín Lucas
Ilustración: Fernando Ramos
Revista Túnel #7
Los Auténticos Decadentes.
El silbido de Arturo mientras barre las hojas que cubren la tribuna es parte de la sonora fauna del Méndez Piana. Cuando todo calla, la escoba raspando el cemento acaricia los tímpanos. Atrás los tiros errados del blanco, fallas al hombre punteado que se pierden tras los muros del polígono. Las bocinas de la calle difícil, las frenadas obvias, el griterío de los de al lado, a la vez, peloteando. Tienen casi la misma fauna sonora, mas un color nos diferencia, años de historias de barrio, y las mismas ganas de quedarse con el viejo clásico de la medianera ¿Hay algún clásico en el mundo en el que a las canchas de ambos equipos apenas las separe un muro?
Ahí está el silbido de Arturo, el canturreo que entona en sus mejores días. Ahí está como cuando a mis diecisiete entré por primera vez en el vestuario de los grandes, que terminaron aquella tarde a las piñas. Bienvenido a ser hombre, niño. Marcenaro no daba crédito. Yo pensé en la intensidad de las cosas. Estuvo también en aquella recordada victoria a Danubio un domingo eterno mañanero, la última vez que los de la franja usaron la infrecuente casaca verde surcada por el blanco. Estuvo cuando el River de Carrasco opacó las diabluras de Pablito Meloño –de un primer tiempo inolvidable– con cuatro certezas que derribaron las tres inflamaciones de red de las mil rayas. También en aquel empate a dos con Progreso, cuando duré menos de media hora por arrebatado y juvenil, y pegué dos patadas acordes a la tormenta, que no terminaron más que con el rojo del cartón reflejado en mis ojos locos; los compañeros bancaron el mostrador como tantas veces, entre barro y chubascos eléctricos. El día que convertí con la casaca anarca de Misiones, también estuvo; Casella le pegó como con la mano, yo atiné a colocar la testa como pude, el golpe en el caño derecho le dio color, y no supe qué hacer en la carrera del festejo.
Los ruidos son los mismos, y encuentro en los rincones mis edades. Recuesto mi nuca contra el vestuario y hay treinta gurises dando vueltas, otros cien fantasmas del recuerdo. Hay voces jóvenes, viejos ecos, música de celulares, y está el llanto familiar de los caños, la melodía de las goteras, las baldosas muertas, la burla del tiempo en los azulejos.
El campeonato empezó después de cinco meses en los que se hace difícil no ser decadente. Auténtico y decadente. Lo que pasa con los futbolistas cuando ni juegan ni cobran a muy poca gente le importa. Pero la realidad es que el campeonato al fin comenzó y esa casaca tan linda que el viejo Néstor te tira en un gesto que emociona, me sacudió el corazón lleno de polvo. El short y las medias están doblados sobre el banco de pórtland lustrado. Gustavo se ocupa de que a nadie le falte nada, el Cabeza Rondeau recorre –como hace más de treinta años– los cien pasos que separan el vestuario del banco de suplentes. Tras el arco la bandera con el rostro siempre atento a la jugada del Pelado De Castro, y una chiquillada bullanguera con redoblantes y bombos. Mi viejo y mi vieja como en una postal de la niñez, mi hermano que se sube las medias y se ajusta los championes. Hay veteranos con el mismo semblante sumando arrugas, hay botijas que no habían nacido aún cuando debuté en primera. Los pibes del club, como los pibes que éramos, se ponen la casaca por abajo del short con el amor necesario y la seriedad justa. En sus ojos están los sueños de todos los cracks que llegaron hasta donde pudieron.
En la decadencia de nuestro fútbol lo que queda es ser auténtico. Los auténticos decadentes. Perdimos si ganamos algo dijo Fito, y vaya si venimos ganando. El gol de Huracán en el debut cabaretero de la Segunda División fue una picardía de potrero de un argentino que se lo gritó a la cámara. No hubo mucho más que eso y un puñado de codos, otro tanto de hachazos, jugadas mal hilvanadas, nervios normales, folclore abundante. El humo del maní es la señal arcaica de que hay fútbol y de que –según dice un salmo– la pelota no se mancha.
_Agustín Lucas
Ilustración: Fernando Ramos
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