jueves, 12 de mayo de 2016

Ilustración para la revista chilena De Cabeza, con textos de Agustín Lucas.


Ilustración del Pelado Acosto por #FernandoRamos

EL CLÁSICO DEL MURO (MIRAMAR MISIONES V/S CENTRAL ESPAÑOL)

Por #AgustínLucas (@taponesdefierro)
El barrio es como el cráneo, adentro van los pensamientos. El barrio es como el tórax, adentro va el alma. Tratando de que la ansiedad no deje escapar nada por los orificios espero el bondi. El 185 se ve de lejos. El bulevar se hace difuso en la distancia, el vapor caliente que trepa de diciembre desde el asfalto difumina los números y el destino, que adivino, casi por descarte, por los años. La música en mis oídos habla del amor. El amor habla de fútbol. El barrio es como el botín, adentro va la magia, las ganas, la suerte. Todo envuelto en cuero. Y el cuero con el cuero, la pelota y el zapato, la piel; afuera va la camiseta. Adentro también. Los tatuajes son las cicatrices coloreadas del recuerdo. Los poros, la respiración de la angustia. Las raíces rojas de los ojos son testigos de que ahí hubo fuego. El árbol genealógico no escapa, casi en ningún caso, a los colores del cuadro. La cancha de Miramar Misiones, el Parque Luis Alberto Méndez Piana, se amarillenta por las flores que caen de los árboles. Los árboles están del otro lado del muro. Las flores traen los secretos de al lado. El viento amaina broncas viejas. La polvareda, la nube sepia de tierra seca, es como un enjambre de caras de ídolos innominados peleándole al olvido. El cemento derruido de las tribunas es lo áspero. La vanguardia se lleva todo por delante menos los pensamientos. A los pensamientos los cuida el cráneo, el alma sabe cuidarse sola, aunque el amor la cague a trompadas de vez en cuando. El cráneo es como el barrio.
Central llegó con los tamboriles de Palermo hace un centenar de años y se instaló a lo guapo, y vaya si guapeó a principios del siglo pasado, cuando los dirigentes del fútbol ya estaban haciendo de las suyas. Miramar y Misiones fueron rivales clásicos antes de la fusión, los colores anarcos y la piel de las cebras salpicaron la camiseta que hasta hoy trilla la zona del Parque Batlle. A Central lo colonizaron los españoles cuando cantó flor, por suerte ésta vez no mataron indios. El muro se erigió como en Berlín pero sin guerra de por medio, y es apenas eso, una cadena de bloques grises de casi cincuenta metros por unos cuatro o cinco de alto. De un lado quedó la cancha de “Los Monos de Villa Dolores”, del otro, el terreno “Palermitano”. Y se forjó el nuevo clásico.
Durante la semana se oyeron los gritos de al lado, preparando el partido, juro que hasta vichamos una práctica desde la tribuna que apenas supera la medianera. Los gritos nuestros, como gritos de gurises jugando, parecidos a gritos de hombres, también traspasaron los secretos del muro. Ambas escuadras vivimos el partido con los días. Los futbolistas sabemos que la vida, al fin y al cabo, es una eterna preparación de partidos. La vida misma es un partido. Los hinchas saben lo mismo. El fútbol no es hacer plata. El fútbol es llorar milongas, patear piedritas, morder la bronca. Cuando uno se muerde el labio se lo muerde toda la semana. Cuando uno se muerde el fútbol, puede morderlo toda la vida. O puede ser objetivo. El ser humano es contradictorio. Es subjetivo. El hincha lo es también. Uno no muere ni vive por un partido, pero hay vidas y vidas y hay muertes y muertes. La biología no entiende al corazón. Apenas si lo explica.
Nos conformamos con el verde de la cancha porque de los pozos no podemos zafar. Apenas mil en las tribunas divididos por colores. Las banderas son cartas de amor que todos leen. Central fue Campeón Uruguayo una vez y es su caballito en la batalla contra el olvido. Miramar es una pelea eterna por el orgullo. Ambos equipos atacan y defienden. Ofenden y defienden. Ofenden y temen. Hay algo en el aire, en la tierra y en el sudor. Y en la tierra pegada por el sudor al cuero. Hay algo en la herrumbre del alambre. En el nudo de la bandera. En la afonía de los arqueros y los técnicos. En las venas hinchadas en las sienes de los capitanes. Hay algo inexplicable. Un sentimiento inexplicable. Un te sigo a todas partes, aunque esa parte sea la oscuridad del descenso, o la luz de la victoria. La euforia o la tristeza. La culpa, la desazón, el rencor. La alegría, la idolatría, la eternidad. Ganamos con un gol del Pelado Acosta. Hay algo en al aire. Son dos hombres en pugna por el balón. Un balón solo para dos ilusiones. Dos redes tentadoras para la monogamia establecida entre la gloria y el gol.
Por eso chocan en al aire clásico las cabezas. La del que ofende, la del que intenta defender. Acosta golpea primero el cuero de la esfera. Dos impulsos colisionan. Tiembla la física. La pelota entra contra el palo. Una tribuna explota, la otra calla. Los cráneos chocan y el golpe seco retumba justo antes de la emoción. Los cuerpos caen desplomados. La gente sin embargo festeja. La gente sin embargo se lamenta. El juez llama a los médicos. Los jugadores rivales reaccionan de a poco. El juego se detiene. Las emociones se amainan. Los jugadores se paran. Se vendan y siguen. Trastabillan, se marean. Se olvidan de todo. El muro es testigo. El partido sigue, termina, se olvida. El recuerdo late, se inscribe en cicatrices, en relatos paganos de cantina. En rincones memoriosos de vestuario. Volvemos por al parque a nuestra cancha. Atravesamos el muro. Nos cruzamos con hinchas, amigos, familiares. Besamos sudorosos las mejillas de todos. Somos humanos. La ducha apenas lava la tierra. La sal. El sábado cae. Los periodistas vuelven a preocuparse por los grandes. Las canchas se amarillan con las flores. El muro es el héroe. Nadie nos quita lo bailado. Hay tambores que se acercan. Es el alma del barrio. Son el alma y el cráneo.
*Jugador profesional Uruguayo, escritor, poeta y músico. Autor de “No todos los dedos son prensiles”, “Club”, “Insectario”, “Fóbal”, “Besala como sabés” y “Lado B”.

www.decabeza.cl


No hay comentarios: